miércoles, 3 de marzo de 2010

LA LEYENDA DEL MOHÁN

Los pescadores lo califican de travieso, andariego, aventurero, brujo y libertino. Se quejan de hacerles zozobrar sus embarcaciones, de raptarles los mejores bogas, de robarles las carnadas y los anzuelos; dicen que les enreda las redes de pescar, les ahuyenta los peces, castiga a los hombres que no oyen misa y trabajan en día de precepto, llevándoselos a las insondables cavernas que posee en el fondo de los grandes ríos.

Las lavanderas le dicen monstruo, enamorado, perseguidor de muchachas, músico, hipnotizador, embaucador y feroz. Cuentan y no acaban las hazañas más irreales y fabulosas.

Sobre su aspecto físico, varían las opiniones según el lugar donde habita. En la región del sur del Magdalena, comprendida entre los ríos Patá y Saldaña, con quebradas, moyas y lagunas de Natagaima, Prado y Coyaima, hasta la confluencia del Hilarco, como límite con Purificación, los ribereños le tienen un pánico atroz por que se les presenta como una fiera negra, de ojos centelleantes, traicionero y receloso.

Siempre que lo veían, su fantasmal aparición era indicio de males mayores como inundaciones, terremotos, pestes, etc. Poseía un palacio subterráneo, tapizado todo de oro, donde acumulaba muchas piedras preciosas y abundantes tesoros; hacía las veces de centinela, por eso no quedaba tiempo para enamorar.

En la región central del Magdalena, desde Hilarco, en Purificación, hasta Guataquicito en Coello, los episodios eran diferentes. Allí se les presentaba como un hombre gigantesco, de ojos vivaces tendiendo a rojizos, boca grande, de donde asomaban unos dientes de oro desiguale; cabellera abundante de color candela y barba larga del mismo color. Con las muchachas era enamoradizo, juguetón, bastante sociable, muy obsequioso y serenatero.

Perseguía mucho a las lavanderas de aquellos puertos, como en la Jabonera, la Rumbosa, el Cachimbo, Etc. A la manera de un hombre rico, con muchos anillos, que al enamorarse de la muchacha más linda de la ribera, la llevaba a la cueva subterránea donde tenía otras mujeres con quienes jugaba y sacaba a la playa en noches de luna. Muchos pescadores aseguran que oían sus risotadas y griterías.

Bogas, pescadores y lavanderas lo vieron infinidad de veces en la playa pescando, cocinando, peinándose; o bajar en una balsa, bien parado, por "la madre del río" tocando guitarra o flauta.

Entre Guataquicito y Honda las versiones son distintas: allí era muy sociable. Se presentaba a veces como un hombre pequeño, musculoso, de ojos vivaces; entablaba charla con los bogas, salía al mercado a hacer compras, solía parrandear con los mercaderes, pero luego desaparecía sin dejar huella. En guamo, Méndez, Chimbimbe, Mojabobos, Bocas de Río Recio, Caracolí y Arrancaplumas lo vieron arreglando atarrayas, fumando tabaco, cantando y tocando tiple. En noches de tempestad lo han visto pescando y riendo a carcajadas.

Algunos ribereños aseguran que existe la Mohana, pero no como consorte del Mohán, sino como personaje independiente. Comentan que ésta no es feroz, ni les hace travesura en los ríos; lo único que le atribuyen es que se rapta a los hombres hermosos para llevarlos a vivir con ella en una cueva tenebrosa.

lunes, 22 de febrero de 2010

CRÓNICAS DE MAGANGUÉ



Magangué, la ciudad de los ríos
En la confluencia de las aguas del Cauca, el San Jorge y el Magdalena se levanta la segunda ciudad de Bolívar.
El incendio se inició al atardecer del 16 de febrero de 1961. Al bullicio de las calderas y de las paletas del vapor David Arango, que había llegado ese día orgulloso al puerto, se habían sumado las voces de los vendedores de baratijas que corrían siempre al encuentro de los viajeros, y los gritos de los braceros que cargaban y descargaban parte de las 400 toneladas de mercancía que, junto con los cien pasajeros, viajaban normalmente entre Barranquilla y La Dorada en este 'palacio flotante' de la Naviera Colombiana.
Alguien divisó el humo y las llamas que salían de uno de los camarotes del tercer piso de este barco de lujo, y la voz de alarma se propagó por toda la albarrada. Los pasajeros tuvieron apenas tiempo de desembarcar cuando el fuego se ensañó en el maderamen añejo de la cubierta. Fueron inútiles los intentos por apaciguar el fuego, y la tripulación optó por cortar a hachazos las amarras. El barco ardiente se fue así, navegando río abajo con la corriente, en medio de las primeras estrellas de la noche.
El incendio del David Arango cerró un capítulo de la historia de Colombia, del río Magdalena y, sobre todo, del puerto de Magangué, quizás el que más perdió con la desaparición de los grandes barcos.
Puerto estratégico